DE LAS IDEAS DE UNAMUNO SOBRE ARTE

por Pedro Fernández Cuesta





    INTRODUCCIÓN

    Con el concepto "arte" me refiero, aquí, a las llamadas artes plásticas.
    Es este un ensayo de carácter monográfico, pero atento ─como es inevitable en toda monografía sólida─ a lo panorámico.
    Recrear el hecho: la idea, con su entorno; establecer un diálogo que, propicio para el hallazgo de las similitudes y las diferencias, vivifique el hecho: el pensamiento ─sobre el arte─ de Miguel de Unamuno. Ésta es la aspiración de este ensayo.
   De este ensayo que quiere abrir, en múltiples direcciones, poco transitados caminos, caminos intransitados e, incluso, nuevos caminos.
    El tipo de viaje que he elegido, que he querido emprender, no excluye lo imprevisto, el azar.
    La aventura.
    Y así me he alejado más y más, a medida que caminaba, de los rígidos caminos admitidos.
    Como quien huye de la ortodoxia.
    Un viaje así es más arriesgado, sin duda, que el planificado siguiendo una estrategia ajena, aquel en que el viajero, aun antes de haber emprendido el camino, ya ha programado con precisión, paso a paso, cómo transcurrirá éste, sin dejar el mínimo resquicio a la peripecia.
    Pero el riesgo es propicio a los descubrimientos.
    El viaje como aventura, caminando con el ánimo alerta, da lugar a que los hallazgos, que surgen de forma genuina, configuren un microcosmos.
    Un microcosmos reflejo del macrocosmos.
    Un microuniverso reflejo del macrouniverso.
    Un ser que camina hacia el ser exento de mal.
    Sea, pues, este ensayo, como una estructura donde las partes, entrelazándose, formen ─tras el descenso al caos─ un todo de luces y sombras entretejidas.
    Y dejemos las apariencias sin valor para los banales.
    Para ellos los vacuos éxitos superficiales.
    Los privilegios.
    Las prebendas.


      PRÓLOGO
    Cuatro pinceladas (como quien dice) sobre la vida, obra y época de Miguel de Unamuno)

    Miguel de Unamuno nació en Bilbao el año 1864, reinando en España Isabel II, "la de los Tristes Destinos".
    Hijo de un comerciante, Félix de Unamuno, que había hecho fortuna —más bien modesta— en América, y de Salomé Jugo, Miguel pronto quedó huérfano de padre cuando —1870— sólo contaba seis años.
    En 1874, Unamuno vivió, siendo niño, el sitio de Bilbao por los carlistas, al que las fuerzas liberales pusieron fin. También vivió con amargura —en 1876 (el año anterior había comenzado el bachillerato en el Instituto Vizcaíno)— la abolición de los Fueros, decretada por Cánovas del Castillo, hecho que le llevó a escribir una amenazante carta anónima a Alfonso XIII.
 En "Recuerdos de niñez y mocedad", Unamuno nos ha hablado de su adolescencia religiosa, en la que llegó a ser secretario de la Congregación de San Luis Gonzaga. Por una carta a Jiménez Ilundáin sabemos que el adolescente Unamuno, con quince o dieciséis años, sintió la vocación religiosa y que, de no haber estado ya en relaciones con la que sería su mujer, no hubiera dudado en emprender el camino hacia el sacerdocio.
    Otras dos vocaciones surgen , además, en el joven Unamuno: la de pintor y la de escritor.
    En 1880, terminado el bachillerato, Unamuno dejó Bilbao por Madrid para estudiar, en la Universidad Central, Filosofía y Letras. En esa época Unamuno, por querer racionalizar su fe, se aparto del dogma católico.
    En 1884, Unamuno escribió su tesis doctoral, titulada "Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca", dirigida por Antonio Sánchez Moguel. En esta tesis, el joven Unamuno considera «(...) la lengua vasca como un precioso monumento de la antigüedad, una lengua alabada justamente por lo remotos que parecen sus orígenes, pero también, por ello mismo, carente de los elementos propios de las lenguas desarrolladas. De ahí que el idioma vasco tome del latín y del castellano los términos de significado abstracto y los que se refieren al mundo de la industria.»
    Tras el periodo universitario, Unamuno regresó a Bilbao para, allá, preparar oposiciones y trabajar como profesor.
    El año 1889, Unamuno viajó por Italia (Florencia, Milán, Roma, Nápoles, Pompeya, Pisa) y Francia (Marsella, Ginebra, Lyon,París). Las impresiones que este viaje le causó fueron recogidas en un "Diario" y luego elaboradas en una serie de artículos.
    En 1891, Unamuno, ya casado, se instala en Salamanca, tras serle concedida la cátedra de griego en la vetusta Universidad.
    Estamos en el periodo positivista de Unamuno, en el que el filósofo es seducido por las ideas del materialista Karl Marx y del evolucionista Herbert Spencer. Unamuno, traductor de algunos libros de Spencer, como "El progreso" o "La justicia", trató de sintetizar las ideas de este pensador con las ideas socialistas.
    En el año 1894 se afilió al PSOE.
    En 1896 publicó "Paz en la guerra", novela con base autobiográfica.
    Al año siguiente abandonó el PSOE.
    Y fue en este año, 1897, cuando Unamuno sufrió una crisis que le llevó, nuevamente, al terreno de las preocupaciones religiosas. La enfermedad de su hijo Raimundo —hidrocefalia, que sería mortal—, sus propios problemas de salud y el descubrimiento —en el plano intelectual— del filósofo romántico Arthur Schopenhauer fueron impulsos que, drásticamente, activaron esta metamorfosis espiritual.
    En 1898, año del suicidio de Ganivet (quien, en 1897, había publicado su más famoso libro: "Idearium Español"), Unamuno llega a pensar, también, en quitarse la vida.
    En 1900, Unamuno es nombrado rector de la Universidad de Salamanca, cosa que entusiasma a los estudiantes y hace poca gracia a los profesores.
    En el año siguiente, 1901, comenzó el vivo interés de Unamuno por la obra de aquel a quien llegó a llamar, por afinidad espiritual, "hermano Kierkegaard". Oponiendo su filosofía existencial, subjetiva, autobiográfica, a la filosofía especulativa del momento, Kierkegaard se adentró por los tortuosos caminos de la angustia, el pecado, la desesperación, el miedo..., siempre abrazado a una religiosidad cristiana, que sentía tan absurda como real. Kierkegaard, acertadamente considerado padre del existencialismo contemporáneo, tuvo sus más fieles hijos en el existencialismo contemporáneo religioso, del que Unamuno, bebedor de las aguas kierkegaardianas, fue precursor.
    En Salamanca, en el año 1903, como resultado de una manifestación estudiantil —para protestar contra el trato dado a un compañero por la policía, en un incidente en la Plaza Mayor— dos estudiantes resultaron muertos, en el marco de la Universidad Vieja y en el Patio de Escuelas, por la Guardia Civil, que cargó contra ellos en respuesta a su ataque, a pedradas, contra el Gobierno Civil. Corriendo peligro, el rector Unamuno se había implicado en la refriega para evitar la tragedia, mas sin éxito.
    En el año 1905 se cumplió el Tercer Centenario de la publicación de "Don Quijote", la novela de Miguel de Cervantes publicada en 1605, obra a cuya mención estrechamente unido suele ir el calificativo de "cumbre de la literatura española".
    En este año  Unamuno publicó "Vida de Don Quijote y Sancho", libro que, afirmó el autor, no había escrito para el Centenario.
   De la llamada "Generación del 98", grupo al que pertenece Unamuno, todos sus componentes, en mayor o menor medida, se ocuparon de "Don Quijote". Y, fuera de esta "Generación del 98", lo hicieron Juan Varela, Marcelino Menéndez y Pelayo, Santiago Ramón y Cajal o José Ortega y Gasset.
    Unamuno pensaba que Cervantes no fue capaz de entender a su Don Quijote, siendo superado por un personaje que es, también, hijo del pueblo español.
    En los años 1906 y 1907, Unamuno padeció neurosis cardiaca —que ya se había manifestado en 1897, año de la crisis— y la depresión se apoderó de él. En la Noche Vieja de 1906 sintió, solo en su estudio, la presencia de la muerte:
    «Me vuelvo a ratos para ver si acecha, 
    escudriño lo oscuro, 
    trato de descubrir entre las sombras
    su sombra vaga
    (...)
    Y me digo: "tal vez cuando muy pronto
    vengan para anunciarme
    que me espera la cena,
    encuentren aquí un cuerpo
    pálido y frío"»
    (Unamuno, "Poesías", Cátedra, Madrid, 1977, páginas 286-287).
    Unamuno no murió aquella Noche Vieja de 1906, pero sí lo hizo otra Noche Vieja, la del año 1936.
    En el año 1909 estrenó una obra de teatro, "La esfinge", en las Palmas de Gran Canaria, con poco éxito.
    El año 1909 es el de la Semana Trágica de Barcelona. Respondiendo a la movilización de los reservistas y como muestra de rechazo a este acontecimiento en particular y, en general, al gobierno conservador de Maura, fuerzas de la izquierda revolucionaria declararon una huelga general en Barcelona mientras, simultáneamente, más de mil soldados españoles perdían la vida en el Barranco del Lobo, masacrados por los cabileños.
    En Barcelona es decretado , por el gobierno de Maura, el estado de guerra. Enfrentamientos entre civiles y fuerza pública, incendios y saqueos de iglesias y conventos, violaciones de religiosas, gran número de muertos y heridos...
    El fundador de la Escuela Moderna, Francisco Ferrer y Guardia, acusado de organizar la Semana Trágica, fue fusilado.
   Y si Maeterlinck, Anatole France, Wells, Conan Doyle, Kropotkin o Bernard Shaw se manifestaron a favor de Ferrer y Guardia, Unamuno, adhiriéndose al pensamiento de Azorín (diputado maurista), interpretó estas manifestaciones como la farsa de una izquierda antiespañola. Años después, en 1917, enemistado con el poder establecido desde que, en 1914, fuera destituido de su cargo de Rector, se declaró, arrepentido, a favor de Ferrer y Guardia.
    En el año 1910 Unamuno publicó "Mi religión y otros ensayos", recopilación de artículos.
    De 1911 es el libro "Rosario de sonetos líricos".
    En "Soliloquios y conversaciones" reunió, este mismo año, una serie de artículos de periódicos y revistas; y en "Por tierras de Portugal y España", también en 1911, reunió escritos inspirados en sus viajes. En este libro encontramos una defensa del entonces incomprendido paisaje castellano, con el que Unamuno se identifica cada vez más. De este prolífico año es, asimismo, "Una historia de amor".
    En "La España Moderna", en diciembre de 1911, apareció el primer capítulo de la que sería una de las obras cumbres de Unamuno: "Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos", que continuó publicando por entregas.
    En "Del sentimiento trágico de la vida" Unamuno, sin miedo a la contradicción —y con riesgo de caer en el caos— integró subjetivamente filosofía, religión y ciencia; siempre en torno a la obsesiva idea de la inmortalidad, de la pervivencia del yo.
    En "De el sentimiento trágico de la vida" Unamuno puede decir: «Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere —sobre todo muere—, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quién se oye, el hermano, el verdadero hermano.» (página 25)
    O: «La filosofía es un producto humano de cada filósofo, y cada filósofo es un hombre de carne y hueso que se dirige a otros nombres de carne y hueso como él. Y haga lo que quiera, filosofa, no con la razón sólo, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo. Filosofa el hombre.» (página 47)
    O también: «Por mi parte, no concibo la libertad de un corazón ni la tranquilidad de una conciencia que no estén seguras de su perdurabilidad después de la muerte.» (página 79)
    O, por ejemplo: «Mejor es decir que es Dios verdadero Aquel a quien se reza y se anhela de verdad. Y hasta la superstición misma puede ser más reveladora que la teología. El viejo Padre de luengas barbas y melenas blancas, que aparece entre nubes llevando la bola del mundo en la mano, es más vivo y más verdadero que el "ens realissimus" de la teodicea.» (página 161)
O incluso: «Pero ¿Es que el ensueño mitológico no contiene su verdad? ¿Es que el ensueño y el mito no son acaso revelaciones de una verdad inefable, de una verdad irracional, de una verdad que no puede probarse?» (página 219)
    Y, por fin: «Hay que saber ponerse en ridículo, y no sólo ante los demás, sino ante nosotros mismos. Y más ahora, en que tanto se charla de la conciencia de nuestro atraso respecto a los demás pueblos cultos; ahora, en que unos cuantos atolondrados que no conocen nuestra propia historia —que está por hacer, deshaciendo antes lo que la calumnia protestante ha tejido en torno a ella— dicen que no hemos tenido ni ciencia, ni arte, ni filosofía, ni Renacimiento (éste acaso sobraba), ni nada.» (página 254)
    Mas: «(...) abrigo cada vez más la convicción 
de que nuestra filosofía, la filosofía española, está líquida y difusa en nuestra literatura, en nuestra vida, en nuestra acción, en nuestra mística, sobre todo, y no en sistemas filosóficos.» (página 256)
    (Todas las citas del libro: "Del sentimiento trágico de la vida", Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1976)
    En 1911, Pío Baroja publicó "El árbol de la ciencia".
    En 1912 se publicó "Campos de Castilla", de Antonio Machado.
    En 1913 Unamuno publicó "La venda" Y "La Princesa Doña Lambra".
    En el año 1914, Unamuno viajó a las Hurdes.
    En este mismo año publicó "Niebla", original obra en que su protagonista, Augusto Pérez, dialoga con su creador, el autor de la novela.
    También en este año, por una presunta irregularidad de administración –relativa a la convalidación del título de bachiller a un alumno de Bogotá (Colombia)– Unamuno fue destituido de su cargo de rector de la universidad salmantina.
    Unamuno protesta por lo que ve como clara injusticia, y son muchos –José Ortega y Gasset, Manuel García Morente, Salvador de Madariaga, Francisco Giner de los Ríos...– los que le apoyan.
    Salvador Cuesta Martín, catedrático de derecho político y administrativo, fue el nuevo rector que le sucedió en el cargo.
    El 24 de junio de 1914, el asesinato, en Sarajevo, del archiduque heredero de Austria y de su esposa dio origen a la Primera Guerra mundial –la Gran Guerra–, declarada el 27 de julio. Durante cuatro años, Europa será víctima de esta terrible guerra de la que España, nuestra patria, solo será espectadora, al permanecer estrictamente neutral por Real Decreto del 30 de julio, promovido por personal decisión del rey Alfonso XIII.
    [¡La Gran Guerra!, ¿y por qué no mejor la Gran Masacre o la Gran Destrucción?]
    Durante el conflicto, Alfonso XIII creó por iniciativa propia, en Palacio, una oficina para la ayuda de prisioneros de guerra de ambos bandos.
    Mas, aun siendo neutrales, muchos españoles se dividirán, ideológicamente, en dos bloques: germanófilos –a los que Unamuno atacó– y francófilos o aliadófilos.
    Durante la guerra, Ramiro de Maeztu –de madre inglesa– estuvo en el frente de corresponsal de guerra inglés. Sobre el conflicto escribió dos libros: Inglaterra en armas y –en inglés– Authority, liberty and function in the light of the war (Autoridad, libertad y función a la luz de la guerra). Azorín, Valle-Inclán y Antonio Machado se identificaron, también, con los aliados; como también lo hicieron –fuera de la Generación del 98– Benito Pérez Galdós, Ramón Pérez de Ayala –que firmó el Manifiesto aliadófilo– y Vicente Blasco Ibáñez –autor de las antigermanófilas novelas Los cuatro jinetes del apocalipsis y Mare nostrum–. Pío Baroja, por el contrario, se situó en el bando de los germanófilos. Y lo hizo pensando que los alemanes, para él representantes del orden, la ciencia y la tecnología, acabarían con la democracia liberal –a la que siempre fue contrario–, y con la religión judeocristiana, a la que –dejándose llevar por su anticatolicismo y su antisemitismo– también era contrario. Y dejándose llevar por su irracionalismo, sobre todo (en el mal sentido de la palabra, se entiende: no suprarrazón sino infrarrazón). Pues «el mismo Kaiser Guillermo II, –no obstante su Protestantismo Luterano–, se ha mostrado repetidas veces favorablemente dispuesto hacia la Iglesia Católica.» (Es Alemania anticatólica?, por un católico, Londres: Jas. Truscott & son, Ltd, 1916) Y de anticristiano el Kaiser no iba, desde luego. 
    Algunos han calificado de anarquista a Baroja. Él mismo dijo: «Yo nunca fui anarquista». Quizá (lo más seguro; sí: seguro) la respuesta está en el irracionalismo (en el mal sentido de la palabra, por supuesto: no suprarrazón sino infrarrazón) de Friedrich Nietzsche.
    Pío Baroja fue colaborador de la revista germanófila Renovación Española, de la que se publicaron en Madrid cuarenta números el año 1918 –durante los últimos meses de la guerra–, bajo la dirección de Quintiliano Saldaña.
    También aparecieron, en la revista, las firmas de Jacinto Benavente –que en 1915 había escrito el Manifiesto germanófilo–, Eugenio DÓrs, Concha Espina, Emilia Pardo Bazán, José María Salaverria, Ramón Gómez de la Serna, K-Hito, Eloy André, Luis Jiménez de Asúa, Pedro Sáinz Rodríguez o Margarita Nelker.
    En el número treinta de Renovación Española, 22 de agosto de 1918, página 4 (Hemeroteca digital Biblioteca Nacional), apareció la siguiente declaración:
    «De Alemania salieron la la filosofía, la ciencia y la música.
    De Inglaterra, el derecho del más fuerte, la opresión y el látigo.
    De Francia, la morfinomanía, el aborto y el volteranismo.
    De los Estados Unidos, la ley de Lynch.»
    Ejemplo de revista de signo contrario fue Los Aliados, de la que salieron veintiún números, y que se publicó también –como el caso de Renovación Española– durante el año 1918, bajo la dirección del teósofo Carlos Micó. En la cabecera de la revista, junto al título de la publicación, se podían ver, como símbolos de civilización frente a la germánica barbarie, la Victoria de Samotracia y un arco de la catedral de Reims.
    En el número uno de Los Aliados (página 10) se explicaba así el simbolismo de la cabecera de la portada:
    «El escultor Goyo Ovies, nuestro brillante camarada, ha tenido la afortunada iniciativa artística de asociar dos épocas y dos símbolos que encarnan, sin embargo, el mismo ideal: la lucha del espíritu contra la barbarie.»
    Goyo Ovies fue el director artístico de la revista.
    Entre las firmas de la revista tenemos a Miguel de Unamuno –que escribió un artículo (España protegida) ya en el primer número–, Ramón Pérez de Ayala, Manuel Machado, Ramiro de Maeztu, Ramón María del Valle-Inclán, Manuel Bueno, Antonio de Lezama, Louis Raemaekers, Dhoy, etc.
    Dice Unamuno entre otras cosas, en su articulo mencionado, que es mejor ver a España convertida en ramera libre, vendiéndose al mejor postor, que permitir que el Kaiser le ponga un piso. «¡Querida del Imperio germánico, nunca!»
    [Y yo me pregunto: estos egos, ¿comprendían en profundidad desde su partidismo (Unamuno, por ejemplo: con un pie rozando la razón y el otro hollando el terreno la más profunda irracionalidad) la cruda verdad del drama que se estaba viviendo?]
    En el número cuatro de la revista Los Aliados, en la página ocho, podemos leer: «Don José Ortega y Gasset nos dice en una carta, en la que prescinde de esas fórmulas corteses que son de rito entre los que han recibido alguna educación social, que "no puede acceder a que su nombre figure en la lista de colaboradores de Los Aliados».
    José Ortega y Gasset, formado filosóficamente en Alemania, partidario de sintetizar el trascendentalismo germánico con el sensualismo mediterráneo, no podía aceptar que su nombre figurase en tan partidista publicación.
    En 1914, el año en que dio comienzo la Gran Guerra, Ortega publicó Meditaciones del Quijote –su primer libro– donde, frente al Don Quijote unamuniano que supera a Cervantes, nos dice que «el individuo Don Quijote es un individuo de la especie Cervantes». El libro estaba dedicado –«con un gesto fraternal»– a Ramiro de Maeztu.
    Los años 1914 y 1915 fueron años tensos en España: desórdenes públicos tales como saqueo de tahonas o enfrentamiento entre ciudadanos y fuerzas del orden (crisis por la carestía de las subsistencias, o sea, aumento del nivel de vida, que se inició por la subida del precio del pan) y huelgas como la general en Valencia o la de estudiantes en Valladolid.
    En estos años, junto a Alfonso XIII, gobernaron Eduardo Dato y, tras la caída de este y por deseo del rey, el conde de Romanones.
    En el año 1916, Unamuno publicó En torno al casticismo, que recopila cinco artículos, anteriormente publicados en La España moderna, que son: La tradición eterna, La casta histórica de Castilla, El espíritu castellano, De mística y humanismo y Sobre el marasmo actual de España. En este libro, Unamuno desarrolla su idea de la intrahistoria, que es la historia profunda que no aparece en los libros de historia, la historia silenciosa de los hechos permanentes frente a la superficial historia de los sucesos pasajeros.
    Al año siguiente –1917– Unamuno publica la novela Abel Sánchez, donde el protagonista, en lugar de pastor como el Abel bíblico, es pintor, y su –en vez de hermano– amigo Joaquín Monegro se dedica, en lugar de a la agricultura como el Caín bíblico del que es trasunto, a la medicina. «Al final de su vida atormentada, cuando se iba a a morir, decía mi pobre Joaquín Monegro: "¿Por qué nací en tierra de odios? En tierra en que el precepto parece ser: Odia a tu prójimo como a ti mismo?"» (página 10 de Abel Sánchez, Austral, Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1947).
    La primera edición de esta novela llevaba «(...) una lóbrega y tétrica portada alegórica», dibujada y coloreada por el propio Unamuno, como nos cuenta el propio autor (en la misma página 10 de la misma edición del 47).
    El 13 de agosto de 1917, convocada por la UGT y apoyada por la CNT, se declaró en toda España la huelga general revolucionaria, a la que contestó el gobierno declarando el estado de guerra. Fue una huelga sangrienta: setentaiún muertos y ciento cincuenta y seis heridos. La huelga revolucionaria fracasó, y con ella el intento de socialistas y anarquistas de repetir el España lo que, en Rusia, había tenido lugar ese mismo año: la Revolución de Febrero, que dio fin al régimen zarista y que culminaría con la Revolución de Octubre, que daría lugar a la imposición de una dictadura comunista-marxista.
    En el año 1918 Unamuno estrenó en el Ateneo, con poco éxito, su tragedia Fedra.
    Poco éxito tuvo también –de crítica y público– El Cristo de Velázquez, extenso poema de Unamuno publicado, al igual que Tres novelas ejemplares y un prólogo, en 1920.
    Ese mismo año, Unamuno, acusado de injuriar al rey Alfonso XIII en el artículo Antes del diluvio, fue procesado y condenado —sin que llegara a cumplirse la sentencia– a dieciséis años de cárcel. Unamuno quedó en libertad provisional.
    Unamuno, erre que erre, continuó atacando al rey, y también a Miguel Primo de Rivera, por lo que en 1924 fue desterrado a Fuerteventura (Canarias), siendo cesado en sus cargos en la Universidad de Salamanca: vicerrector (lo era desde 1922), decano de la Facultas de Filosofía y Letras (lo era desde 1921) y catedrático; con suspensión de empleo y sueldo. 
    Desde Fuerteventura –organizada por un amigo del escritor, propietario de un periódico francés– tiene lugar (cuando Unamuno ya había sido indultado por Primo de Rivera), la fuga en barco: De Fuerteventura a París sería el título que daría Unamino a un diario poético, publicado en 1925 en la capital de Francia.
    Aun sabiendo que Primo de Rivera le había perdonado, Unamuno decidió, pues, en vez de regresar con su familia, exiliarse voluntariamente a París, cambiando mujer, hijos y rutina por Rainer Mª Rilke, testulia en Montparnasse con Vicente Blasco Ibáñez, bulevares, jardín de Luxemburgo...
    El caso es que Unamuno dirá preferir Salamanca a París, y en su exilio, nostalgicamente, escribirá:
    «Doradas hojas de la lenta tarde
    de mi vida y del año, sueño al veros
    las piedras de oro –¡sus rojos letreros!–
    de Salamanca, donde Dios me guarde.
    (...)»
    [De Fuerteventura a París (Diario íntimo de confinamiento y destierro en sonetos), "En el jardín de Luxemburgo, a la caída de las hojas de otoño"]
    Pero en el mismo Diario íntimo espeta:
    «Los que clamáis "¡indulto!" id a la porra
    que a vuestra triste España no me amoldo;
    arde del Santo Oficio aun el rescoldo
    y de leña la envidia lo atiborra
    (...)»
    Antes del destierro, en 1921, Unamuno había estrenado, en el teatro Bretón de Salamanca, su drama La venda. También este año había publicado La tía Tula, novela sobre una mujer –Tula– que, renunciando a su propia maternidad, se dedica al cuidado de Tulita y Ramirín, los hijos de su hermana fallecida.
    En 1921 tuvo lugar uno de los episodios más trágicos, para España, de la guerra con Marruecos: el desastre de Annual. El jefe marroquí Abd-el-Krim había obligado al comandantegeneral de Melilla, Manuel Silvestre, a retirarse a Annual, y allí se enfrentaron las fuerzas españolas, sin agua bajo un sol terrible, contra un enemigo que , de superioridad numérica aplastante, tomó la posición: el general Silvestre, su Estado Mayor y más de la mitad de los soldados perdieron allí la vida. Los supervivientes fueron retirándose de posición en posición (Dar-Drius, Batel, Monte Arruit, Zeluán...) y de desastre en desastre. Las bajas fueron de doce a catorcemil hombres.
    Las posiciones serían, después, reconquistadas.
    Fueron muchos , y entre ellos Unamuno, los que exigieron responsabilidades por el desastre bélico.
    El año de la tragedia de Annual fue también el del asesinato del presidente Eduardo Dato por el anarquista Pere Mateu que, detenido y condenado a cadena perpétua, fue puesto en libertad con la llegada de la Segunda Republica. Ramón Casanellas, que, junto con Luis Nicolau, había sidi cómplice del crimen de Mateu, huyó a Rusia, siendo propuesto como diputado, en 1931, por el Partido Comunista de España. Nicolau huyó a Alemania pero luego, tras ser detenido, fue extreditado a España.
    Dato había sido jefe del Partido Conservador, y había tomado posición, durante la Primera Guerra Mundial, a favor de la neutralidad. También es recordado por su buen gobierno en lo económico y social, así como por haber legalizado la CNT.
    La Dictadura de Miguel Primo de Rivera se había iniciado el 13 de septiembre de 1923, con una especie de golpe de estado, autorizado por Alfonso XIII, que dio lugar a la suspensión de la democracia y al establecimiento de un partido único, la Unión Patriótica.
    
   
    



    CAPÍTULO UNO
    «NO PISES MADRID, ZULOAGA»

1. Vamos a comenzar con un artículo de prensa, publicado en La Nación de Buenos Aires el 24 de mayo de 1908. Es un artículo de prensa sobre Ignacio Zuloaga, y lo firma Miguel de Unamuno.
    A partir de fragmentos de sonetos o de un soneto completo de Eduardo Marquina ─que se incluyen en el artículo─, Unamuno va haciendo una serie de comentarios sobre el pintor que protagoniza los versos.
    El artículo de Miguel de Unamuno se titula Zuloaga el vasco.
    Dice Marquina:
    «Pisa Madrid, que es indolente villa»
    Y luego:
    «Pisa Madrid: y al triunfo de sus soles
    da el estandarte y la leyenda dura
    que impusieran al mundo tus pinceles;
    ¡que al cabo es tradición entre españoles
    ─hijos de la conquista y la aventura─
    el traer extranjeros los laureles!»
    O también:
    «Devotamente la canija Europa
    fue tuya en el estrépito que hacías
    cuando, llamado a su festín, servías
    el viejo vino en la moderna copa.
    Besó tu mano y aclamó la tropa
    de negras y doradas fantasías
    donde a tu España acatamiento hacías
    de sangre y fuego en la pintada ropa.
    Y fue, de nuevo, un fatigar los ecos
    el recio nombre de la España fiera
    por toda Europa, en imperial arrastre,
    mientras al son de sus palillos huecos
    cantaba España su última habanera
    en la gris madrugada del Desastre.»

    2. INTERPOLACIÓN
    Eduardo Marquina Angulo, nacido en Barcelona, fue, además de poeta ─la faceta a la que Unamuno se refiere al comienzo de su artículo─ dramaturgo, novelista y periodista. Como poeta, Marquina publicó, entre 1900 y 1914, libros como Odas, La vendimia, Églogas o Elegías (dentro del espíritu del Modernismo) u otros (de carácter realista y social) como Canciones del momento y Tierras de España; siendo además traductor de L’art poétique de Paul Verlaine o Las Flores del Mal de Charles Baudelaire. Novelas de Marquina como Almas anónimas, El beso en la herida, Agua de cisterna o Almas de mujer (escritas entre 1909 y 1923) son de una prosa musical cercana a la poesía.
En su teatro, también poético, triunfó (de 1908 a 1916) con obras de tema histórico: Las hijas del Cid ─que mereció el aplauso de Menéndez Pidal─, Doña María la Brava, En Flandes se ha puesto el sol, El rey trovador, El retablo de Agrellano y El Gran Capitán.
En otras obras (de 1924 a 1929) Marquina nos habla de su época: El pobrecito carpintero, Fruto bendito, La ermita, la fuente y el río y Salvadora.
De carácter religioso son sus obras teatrales (de 1930 a 1943) El monje blanco, Teresa de Jesús  y María la viuda.
    La poesía modernista de Marquina recoge influencias de poetas franceses como Verlaine o Baudelaire, o del nicaragüense Rubén Darío.
    


                Marquina

    Marquina fue amigo de Miguel de Unamuno, con quien mantuvo correspondencia: se conservan 13 cartas y una postal de Unamuno a Marquina.
   Para Gonzalo Torrente Ballester, el drama de Marquina En Flandes se ha puesto el sol es espiritualmente afín al pensamiento de Unamuno sobre el Desastre Colonial.
    En sus cartas, Unamuno escribe a Marquina cosas como:
    «Estamos perdidos por falta de pasión, de ideal, de ensueño, de delirio, y nos vienen con esa horrible Ciencia con letra mayúscula, erigida por los que nada saben de ciencias. Y lo peor es que con todo eso sufre Dios. Y hay que liberarle de este sufrimiento.»
    (Andrés Amorós, Correspondencia a Eduardo Marquina, Castalia, Madrid, 2005, p. 132)
    Y cerremos la interpolación. No conviene que ésta se prolongue en exceso, pues el lector podría perder el hilo de la trama; podría, perdido en la parte, perder de vista el todo. Pero, téngalo presente el lector, en un ensayo (tal como yo lo concibo) la más pequeña de las ramas es tan principal como el tronco. La más pequeña de las hojas es tan principal como la rama que la sustenta.

    3. Eduardo Marquina da la bienvenida al pintor Zuloaga. «Pisa Madrid, que es indolente villa», dice Marquina. Y entonces Unamuno dice que no; que Zuloaga hace mal poniendo sus pies en Madrid, que viniendo a Madrid no va a sacar nada bueno; que ha de seguir sin Madrid, que sin Madrid está muy bien.
    «No, no pises Madrid, que es arenal de arenas movedizas y flojas y se te hundirá el pie, el pie seguro de buen caminante vasco, en él; no lo pises. Has podido y sabido prescindir de Madrid; sigue prescindiendo de él», escribe Unamuno. Y continúa diciendo: «Zuloaga, el vasco, no intentó la conquista de Madrid; no la intentó por sentirse de veras fuerte. Y eso le ha salvado. El que intenta conquistar Madrid es por Madrid conquistado, y para un artista, para un poeta, para un pensador no puede haber mayor desgracia que ser por Madrid conquistado, que llegar a ser festejo de sus cotarros y sus círculos y favorito de su gente que bulle.»
    (Miguel de Unamuno, En torno a las Artes, Espasa-Calpe, Madrid, 1976, p. 38)
Ya cuando Unamuno llegó en su juventud a Madrid, para estudiar Filosofía y letras, en el año 1880, la capital de España le causó una mala impresión, que expresó hablándonos de una ciudad triste, deprimente y sucia.
    Y no fue Unamuno el único del 98 que expresó su visión negativa de Madrid: Azorín nos habló de un Madrid miserable, donde el dolor y la suciedad convivían en sus arrabales. Baroja nos ha dejado tristes impresiones de un Madrid destartalado y sucio, cerrado en sí mismo: en La busca, Aurora roja o La dama errante, nos ha reflejado ese Madrid negro de principios de siglo. Maeztu tuvo también duras palabras para un Madrid que se le mostraba superficial, ignorante del hambre y la miseria que le corroían. Y Valle Inclán no se quedó corto en sus críticas a un Madrid sangriento, hambriento y absurdo, del que nos habló, al principiar la década de los 20, en Luces de bohemia.
    (Azorín publicó, en 1940, Madrid, libro en el que nos dijo quienes eran, para él, los componentes de la Generación del 98: Unamuno, Baroja, Maeztu, Darío, Valle Inclán, Benavente y él mismo. Antonio Machado brilla por su ausencia.)
    Y es en ese Madrid, que los del 98 pintan tan negro, donde se desarrolla esa ─según Unamuno─ vida pseudocultural de cotarros y círculos, de la cual previene al pintor Zuloaga.
En Ciudad y Campo, en 1902, Unamuno nos dice, a propósito de Madrid, cosas como:
    «Cada una de mis estancias ─nunca largas─ en Madrid, restaura y como alimenta mis reservas de tristeza  y melancolía.»
    «Al subir, en las primeras horas de la mañana, por la cuesta de San Vicente, parecíame trascender todo a despojos y barreduras; fue la impresión penosa que produce un salón en el que ha habido baile público, cuando por la mañana siguiente se abren las ventanas para que oree, y se empieza a barrerlo.»
    «Tomo aquí a Madrid como tipo de grandes ciudades, por ser la única en que he vivido algún tiempo y que conozco algo.»
    «Suelo experimentar en Madrid un cansancio especial, al que llamaré cansancio de la corte.»
    Y luego, a continuación, tras referirse a la corte, nos habla Unamuno de la «tranquila ciudad de Salamanca», diciéndonos cosas como:
    «Cuando en esta tranquila ciudad de Salamanca salgo de paseo, carretera de Zamora adelante, se me cansan las piernas, seguramente, pero descansa y refresca mi sistema nervioso.»
    «…mi vista reposa en la contemplación…»
    «Luego a casa, me siento a trabajar, y a la vez que mis piernas descansan, actívase mi cerebro refrescado por el paseo.»
    No como en Madrid donde, nos dice Unamuno, ni es posible pasear tranquilo ni descansar tranquilo:
    «Me parece difícil que sea verdaderamente reparador el sueño en una casa que a cada momento vibra al pasar un coche por la calle.»
(J. L. Abellán, Visión de España en la generación del 98, antología, Colección Novelas y Cuentos, Editorial Magisterio Español, Madrid, 1977, pp. 116 a 119)
    Fácil es pensar, tras estas palabras de Unamuno, en Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea, de Fray Antonio de Guevara; libro que, publicado en el año 1539, tendría gran repercusión en España y en el extranjero.
    En España tenemos Diferencia que hay de la vida rústica a la noble, de Pedro de Navarra, que se publicó en 1565; o Coplas de vituperio de la vida de palacio  y alabanza de aldea (1567-71), de Gallegos.
    Fuera de España, Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea fue traducido al francés en 1542, al inglés en 1548, al italiano en 1601, y al alemán en 1604.
    La novela El Aventurero Simplicíssimus, de Hans Jacob Christoffel von Grimmelshausen, editada en 1668, está considerada una de las mayores obras maestras de la literatura alemana.  Este libro finaliza con un capítulo, el XXIV, que está basado en el capítulo XX de Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea de Guevara.
(J.M. González, Lo guevariano en el Simplicius Simplicíssimus, Letras de Deuto, Vol. 1 n. 2, 1971, pp. 83 a 101.)
    En el libro de Antonio de Guevara se establece una oposición corte ─ aldea que no es sino una oposición entre vicio ─ virtud. Despreciar la corte es despreciar el mundo. Se escapa de la corte para escapar de sus vicios. La corte es lugar de ambiciones, intrigas, superficialidad…, degradación moral, en suma. Sólo en el recogimiento de la aldea puede encontrarse la vida virtuosa. En la aldea el alma está descansada y hay tiempo para pensar, para meditar, para alcanzar la virtud que lleva a la salvación.
    La fuente en la que bebe Guevara es, claro está, el "Beatus ille" de Horacio, que, traducido por Fray Luis de León, dice: «Dichoso aquel que de pleitos alejado, cual los del tiempo antiguo, labra sus heredades, no obligado al logrero enemigo. Ni la arma en los reales le despierta, ni tiembla en la mar brava; huye la plaza y la soberbia puerta de la ambición esclava.»

    4. Mas regresemos al artículo que nos ocupa: "Zuloaga el vasco".
    Dice Unamuno:
     «Un vasco, un paisano tuyo y mío, Íñigo de Loyola, impuso el alma de España a la Europa del siglo XVII. Sigamos su ejemplo. Partió de Loyola, pero no a Madrid, sino a París.
    Zuloaga, aunque pinta en español, tiene una lengua universal, que no necesita ser traducida» ("En torno a las Artes", página 39).
    Aquí hay que comentar una serie de cosas.
    La primera es que, cuando Unamuno pide a Zuloaga que siga el ejemplo de San Ignacio de Loyola, le está pidiendo, al mismo tiempo, que siga el ejemplo de Don Quijote.
    En 1905 se había cumplido el tercer centenario de la publicación de "Don Quijote de la Mancha" (1605). En este año de 1905 Unamuno publicó "Vida de Don Quijote y Sancho"; libro que, afirmó el autor, no había sido escrito para el Centenario.
    En dicho libro, Unamuno establece un paralelismo entre la vida de Don Quijote y la de San Ignacio de Loyola. "Vida del bienaventurado Padre Ignacio de Loyola (1583), libro escrito por Pedro de Ribadeneyra, fue fuente de Unamuno, en lo que respecta a San Ignacio, para la "Vida de Don Quijote y Sancho". Según nos cuenta Unamuno en su "Vida de Don Quijote y Sancho", Don Quijote había leído la biografía de Ribadeneyra, a pesar de que esto no lo diga Cervantes en su obra.
    Entre los muchos paralelismos que se establecen , en el libro de Unamuno, entre Don Quijote y San Ignacio, está, por ejemplo, el de comparar el retiro de Don Quijote en Sierra Morena con el retiro de Loyola en Manresa.
    Unamuno identifica a San Ignacio con Don Quijote, y a estos dos, por ser sus imitadores, con Cristo.
    La identificación de Don Quijote con Cristo es clara cuando dice: 
    «Pero ¿es que creéis que Don Quijote no ha de resucitar? Hay quien cree que no ha muerto; que el muerto, y bien muerto, es Cervantes, que quiso matarle, y no Don Quijote. Hay quien cree que resucito al tercer día, y que volverá a la tierra en carne mortal y a hacer de las suyas.» ("Vida de Don Quijote y Sancho", Cátedra, Madrid, 1988, página 524.)
    En "Del sentimiento trágico de la vida"(1913), cuyo primer capítulo apareció en diciembre de 1911 en "La España Moderna" (tiempo después de que apareciera en la Nación, en 1908, el artículo "Zuloaga el vasco"), Unamuno nos dice:
    «Mas donde acaso hemos de ir a buscar al héroe de nuestro pensamiento, no es a ningún filósofo que viviera en carne y hueso, sino a un ente de ficción y de acción, más real que los filósofos todos: es a Don Quijote. Porque hay un quijotismo filosófico, sin duda, pero también una filosofía quijotesca. ¿Es acaso otra, en el fondo, la de los conquistadores, la de los contrarreformadores, la de Loyola (...)?
   Perdone que le corte, Don Miguel, pero vamos a detenernos aquí, y no porque no aprecie a San Juan de la Cruz, al que estaba usted a punto de mencionar en esta página (260) de la edición de Austral del 76.
    Zuloaga debe ser, pues, un Quijote; y lanzarse a la conquista del mundo para quijotizarlo con su pintura, que se nutre de lo profundo del pueblo y que no ha de perderse en superficialidades y frivolidades de la Corte, que no sólo no le aportarían nada bueno, sino que, conquistándola, la destruirían.
    «Partió de Loyola», hemos leído que dice Unamuno, a propósito de San Ignacio (o Íñigo) de Loyola, en su artículo sobre Zuloaga, «pero no a Madrid, sino a París.»
    También como Íñigo, Zuloaga había partido, unos dieciocho años antes de la publicación del artículo "Zuloaga el vasco"(1908), a París.
    Y finaliza el fragmento que estoy comentando en este apartado con una adhesión de Unamuno a la idea de la universalidad del arte. Universalidad que no está reñida con la particularidad, pues Unamuno afirma que el arte de Zuloaga es, a la vez que universal, español: «pinta en español».


    CAPÍTULO DOS
    ZULOAGA, UN BOHEMIO CON CRIADO

1. Zuloaga llegó a París en 1890, al año siguiente de la Exposición Universal de París de 1889 (del 16 de mayo al 31 de octubre), cuya principal atracción fue la Torre Eiffel. —El año anterior había tenido lugar, en España, la Exposición Universal de Barcelona de 1888—.
    El panorama político de París de 1890 era, como el de España, donde gobernaba Sagasta, convulso: Este año, el primero de mayo, fiesta del trabajo, tuvieron lugar en París, en simultaneidad con ciudades de otros países, manifestaciones obreras por las mejoras leborales, promovidas por el Congreso Socialista de París de 1889. En España, las manifestaciones obreras del primero de mayo de 1890, autorizadas por Sagasta, dieron lugar, como también ocurrió este mismo primero de mayo en París, a gravas muestras de violencia.
    El "Moulin Rouge", cabaret inaugurado en 1889, era en 1890, año en que llegó Zuloaga a París, con su molino rojo sobre la azotea del edificio, uno de los centros de la vida nocturna parisina, junto con otros cabarets como el "Folies Bergère", el "Moulin de la Galette" (molino de viento transformado en cabaret), o "Le Chat Noir". Toulouse-Lautrec había frecuentado, y seguía frecuentando cuando llegó Zuloaga a París, entre borracheras que le llevarían al delirium tremens, esos locales nocturnos (que ofrecían desde atracciones musicales hasta prostitución): fuentes de inspiración para su obra pictórica.
    Llegó Zuloaga a París -1890- en los orígenes de la "Belle Époque", que, a pesar de su bonito nombre, era también época de tensión política, y, en el terreno del arte, la época del Postimpresionismo (Postimpresionismos, si se quiere), del Simbolismo, del Modernismo...
    La "Belle Époque" abarca desde 1890 al inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Se llamó así, "Bella Época", por ser una época boyante en los más distintos campos de las actividades humanas. Fue esta una época de pujanza que se manifestó, sobre todo, en Francia, Alemania, Austria-Hungría, Italia, Reino Unido y Rusia. Durante la "Belle Époque", todos estos países, las máximas potencias mundiales entonces (Francia, Alemania o Reino Unido aún superaban a los Estados Unidos), se mantuvieron , tras la Guerra Franco Prusiana (1870-1871), en paz.
   —Unas pinceladas históricas (que se dice) para ambientarnos un poco.—
    El caso es que llegó Zuloaga a un París optimista, positivista, exultante de arte y de ciencia, imparable en su crecimiento "ad infinitum", donde también se escondía, o se dejaba ver a las claras, mucha, mucha miseria.
    Y allí, en aquel París, en la isla de San Luis —sobre el río Sena—, Zuloaga inició su vida bohemia junto con el escritor  y pintor Santiago Rusiñol, el pintor Pablo Uranga y el periodista Josep María Jordá ("los cuatro mosqueteros de la isla", como ellos mismos se llamaron); sin olvidar al criado loco de Zuloaga, Pedro, enamorado —como nos cuenta Santiago Rusiñol en sus "Impresiones de arte"— de un maniquí del pintor a quien servía (como se ve, la bohemia no esta reñida con tener criado, por más que este fuera un fámulo poco ortodoxo). También conoció Zuloaga, en la bohemia parisiense, al pintor Ramon Casas.

    2. Tocayo del santo de marras, Ignacio Zuloaga nace en Éibar, Guipuzcua, en 1870, en una familia de artesanos de renombre. Su padre quiere que sea  arquitecto; pero desde que ha visitado el Museo del Prado, Ignacio tiene las cosas claras: quiere ser pintor. Y se pone a ello con férrea voluntad, obteniendo pronto sus primeros éxitos (unas buenas críticas aquí, un cuadro vendido a un coleccionista allá...). 
    En 1889 pasa una temporada en Roma, donde puede nutrirse del arte innúmero que por doquier la ciudad le ofrece: «¡Oh, Ciudad Eterna, aquí me tienes!», apostaría a que exclama en más de una ocasión (eso o algo parecido, haciendo viriles  aspavientos) el entusiasmado Zuloaga, conociéndole como le conozco.
   ¡Oh, arte innúmero que por doquier la ciudad ofrece!: deslumbrante arte del Renacimiento, por ejemplo. Maravilloso Renacimiento que, según Unamuno, acaso sobraba.